lunes, 19 de febrero de 2018

Hay que pagar

Una versión de prueba es siempre TAN satisfactoria. En todo tipo de terrenos, ¿nunca te ha pasado? ¿Eso de que, entras en una tienda de queso sin un duro que ofrecer, y te dan una muestra gratis? Por un momento piensas, ah, este tío... este tío es el mejor... O, yo que sé, otra cosa, a ver... ¡Los perfumes, los perfumes gratis! No, pero esos solo te los dan si tienes enchufe... Bueno, ¡ya sabes a lo que me refiero, ¿sí?!
Para nosotros, nosotros los que entramos a saco en los neutros de la vida, buscando algún alma caritativa que nos dé algo gratis, para gorronear su tierno corazón con el poder de... de la controversia sentimental (eso ha sonado peor de lo que me imaginaba)... 
Fuera de movidas macabras, para nosotros los que... sabes qué, léelo tú mismo, me niego a repetirlo... la vida no es siempre tan fácil, no vivimos en un mundo de rosas en el que puedes ir por ahí gorroneando al primero que se cruce para ganarte el pan. En esta vida, desgraciadamente para algunos (me incluyo, muy a mi pesar), hay que pagar.


Triste pero cierto, como otras muchas cosas (¿verdad, Club Penguin?). La cosa es, que aunque para casi todo en esta vida sólo vas a encontrar el camino correcto pagando y haciéndolo como te mandan, no todo es siempre seguir las reglas a toda costa, y lo he aprendido durante el tiempo que llevo en este mundo. A lo largo de mi vida he conocido a varias personas que viven constantemente en una neblina de normas, normas y más normas. A lo largo de mi vida, he sentido mucha lástima. Eran normas absurdas que les habían ido inculcando a boleo y que a los pobres se le habían quedado plasmadas, como muros infranqueables que desde mi punto de vista eran simples piedrecitas que se podían superar con toda facilidad. Las normas que les habían grabado a fuego en la mente les habían hecho pequeños, y más pequeños, hasta que llegaron a un punto en el que no podían saltar ni siquiera esas piedrecitas. Era horrible, y yo sentía el deber de hacer algo al respecto, a pesar de que sólo me trataba de alguien pequeño, menor. Así que los llevé a una tienda, y delante de sus narices cogí un puñado de caramelos, me los metí en el bolsillo y me fui. Sencillamente. Sentí una sensación que nunca había sentido antes, sentí que me agrandaba finalmente, que los bordes de esos muros que antes me parecían inalcanzables descendían cada vez más cerca de mis pies. Y así es como descubrí que las reglas se pueden franquear con moderación. No siempre hay que pagar. No tienes que vivir en una niebla eterna, poniéndote a ti mismo tristes límites que perfectamente puedes cruzar. No tiene sentido. 

Claro que no puedes asaltar una tienda de quesos porque no tengo límites y porque yolo. Hay límites que son demasiado altos como para que una persona con dos dedos de frente los transpase. 
Y ahora es el momento en el que Blogger me mata a pedradas. 


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