sábado, 20 de enero de 2018

Descanso

Uf. Sobrecarga de Steven Universe, o al menos para mí. Se me han quedado los dedos doloridos y el cerebro seco de tanto vomitar párrafos. 
De todas formas, hoy no escribo para hablar de Diamante Rosa, no. Voy a hacer uno de mis "aleatorios" para no acostarme con la taquicardia de cerebro. 

¿Sobre qué podría escribir ahora? Tengo tantas ideas pequeñas que no logran formar una grande... No consigo encontrar un tema consistente del que hablar. He hecho una nueva cabecera  para el blog y editado el gadget de las páginas, pero no puedo tener un blog activo si no tengo nada sobre lo que escribir. Y, en un momento en el que te paseas por el blog sin obtener ninguna inspiración, descubres cosas que antes desconocías. Por ejemplo, que 226 personas te han visto en Rusia, o que 75 personas de tu país obsesivamente favorito se han pasado por tu blog (¡...!) cuando tu blog está en español (¿...?). O también, que (aunque la mayoría te busquen por tu nombre) hay personas que encuentran tu blog a base de buscar "trompo turbo car" o "tío de herobrine". Cosas insignificantes e irrelevantes que, sin embargo, te hacen pasar por una atracción de feria, de estas que simplemente van arriba, y abajo, y arriba, y abajo, y así constantemente en pequeños bachecitos sin importancia hasta que llega a su final, en el que te sientes totalmente en blanco. Esa atracción te ha dado tiempo para pensar, pero no lo has hecho, hipnotizado por el constante meneo de tu cuerpo. Atrás... y alante... y atrás... y alante... y atrás... y alante... Podrían usarlo como técnica de hipnotización psicológica. 
Y luego viene la parte en la que te preguntas si ha merecido la pena gastarte tres duros en montarte en esa cosa amorfa que te ha sentado como un maldito alucinógeno durante los treinta segundos que ha durado. 

¿Ves? No tengo nada sobre lo que escribir. Sólo verborrea, con alguna que otra salpicadura de humor negro. De hecho, esa es mi técnica para hacer las interminables horas de Biología más llevaderas. Claro que, para llevar a cabo esta táctica, tienes que ser verborreico, como yo. Nací con verborrea. En cuanto aprendí a hablar (antes de andar, por supuesto no quería abandonar el paradisíaco mundo del carrito), ya me transformé en el bebé que lo comenta todo sin recelos.

Amiga de mi madre: Y bueno, bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla...
Yo: *carraspeo*
Amiga de mi madre: ...bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla bla...
Yo: Perdona, [Insertar nombre aquí], ¿Te puedes callar?
Amiga de mi madre: ...
Mi madre: ...
Yo: Uf, gracias.

Ahora no me siento con la suficiente dignidad como para decir que detesto a los niños pedantes... Gracias, yo del pasado, aunque podrías haberte callado la boquita.
A lo que iba, tengo verborrea, sí. Algunos vomitan leche, otros vomitan sushi, otros vomitan bilis y otros vomitan el almuerzo de hace una semana, incluidos los trocitos de pimiento que les esconde su madre entre el arroz para cebarles sin que se den cuenta. Pero yo, no. Yo vomito palabras. Es más, vomito párrafos. Y lo puedes ver claramente en mi blog. Entradas kilométricas. Fondos triplicados. Párrafos, y párrafos, y párrafos del mismo tema. Todos, sin excepción, vomitados. Es un defecto, que se puede convertir en virtud cuando quieres extender cualquier texto o cuando tienes que soportar la clase de biología un jueves a las dos de la tarde (hablando de los alimentos, por supuesto), pero que sigue siendo un defecto.

Profesora: un texto de UNA CARILLA como máximo, voy a ser buena con vosotros.
Alumnos: ¡Uf, bien!
—la semana siguiente—
Alumnos: *entregan textos de media carilla, o incluso de un cuarto*
Yo: *entrego un texto de tres PÁGINAS*
Profesora: ...
Yo: (agonizando de vergüenza) ...

Y me bajaron dos puntos del trabajo.

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