Hoy estaba andando por una avenida y de repente se me ha venido una pregunta a la cabeza. ¿Por qué esperamos tanto en esta vida? Si lo contáramos, estaríamos como un 4 o 5% de nuestra vida esperando, sea cual sea el motivo. ¡Eso es una barbaridad, aunque no lo parezca! en un niño de diez años, solo son seis meses, pero en un hombre de ochenta años son, como... ¡cuatro años! ¡Cuatro años de tu vida esperando, dios mío! En lo que a lo personal respecta, yo necesito esperar para vivir. De hecho, hace unos años me agobié enormemente durante dos días porque no tenía nada a lo que esperar. Incluso llegué a llorarle a mi madre por este motivo (imagínate los niveles de patetismo a los que llegó la conversación). Esperar es un motivo por el que superar todo lo que me pasa. Por ejemplo, una clase de geografía con ese profesor que habla a menos ochenta y tres mil trescientos cincuenta y siente kilómetros por hora (bueno, ya me entiendes) y ese sonidito de fondo de los tres pesados que te han encasquetado en el grupo y que se pasan toda la hora contándose su vida los unos a los otros y tú. Tú. Tú no quieres moverte un milímetro por miedo a que te de un calambre en el cuello y te estampes el cráneo contra la dura mesa (bueno, al menos así se callarían las tres moscas coj...). Bueno. ¿Cómo superarías mejor esa clase, sabiendo que tras ella te espera pacientemente un bonito coche para ir a un bonito campo en el que te relajarás sobre el tronco de un árbol a seis metros del suelo durante dos días... o siendo consciente de que llegarás a tu casa... y estudiarás... y te sentarás en el suelo... y a lo mejor ves una pelusa...?
En resumen, que esos cuatro años de vida han valido la pena, viejo.
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