Da gusto en verdad, es divertido reencontrarme con este cuadrado blanco. Si no me equivoco, la última vez que publiqué o que intenté publicar algo decente aún era verano. Por supuesto, verano, ese lapsus de tan tediosa paz. No es que no me guste, de hecho es mi estación favorita, pero es cierto que llegado un punto; entre finales de julio y mediados de agosto, a criterio del aguante de cada uno; tanta ligereza se hace pesada. Creo que tengo una entrada sobre eso. Sí, es una de las últimas de mi época dorada, la penúltima concretamente. ¡Adivina, hablando de esto, cuándo fue el auge de esa época! Verano del 2012, sí señor. El mejor verano de mi vida. He añadido un botón justo debajo del título del blog. Una vez pulsado, sólo se mostrarán las entradas que pertenecen a la época dorada. Ya, sé lo que puedes estar pensando. Mucho editar el diseño del blog, pero luego no escribo una palabra, y cuando lo hago es un análisis tonto de una serie o un despotrique sin sentido hacia la escritora de un libro. Bueno, aquí me tienes. Prometo no escribir más sobre mi colega que casi me desnuca hace unos meses... Steven. Yo también estaba notando un poco espeso ese contenido, y de todas formas no es que haya mucho más de lo que hablar. Casi todo lo que dije fue desmentido, y por mi cabeza ahora rondan temas mucho más interesantes que ese.
El asunto es que, desde aquella época dorada, he sentido una especie de apego hacia el verano. He tratado de justificarlo con amor al mar, pero no es realmente eso lo que siento. Sé que hay gente que realmente se siente ligada al agua salada, al océano, y a mí también me parece no menos respetable, tiene ese atractivo místico que tanto busco, pero que al final no acabo de encontrar. Por ejemplo, mira a los pescadores andaluces o a los sudamericanos. Esa gente me inspira algo más allá de la simpatía. Un respeto tremendo, que a veces se convierte en celos incluso, de lo respetables que pueden resultarme. Me gustaría sentirme así de respetable, aunque sólo fuera un minuto, pero soy sólo un simple ratoncillo de ciudad. Cuando voy de visita a un pueblo, por ejemplo, y conozco a gente que tampoco es del pueblo, me hago pasar por alguien que ha vivido allí toda la vida, intentando hacerles sentir la misma envidia que yo siento hacia la gente que realmente es de allí, pero hacia mí. Intentando saber cómo se siente, saborearlo aunque sea un instante. Es una técnica algo sucia para conseguirlo, pero en mi caso no hay manera de hacerlo natural.
Podría parecer que no me enorgullezco de mis orígenes, que quiero desesperadamente haber nacido en otra parte. No es así en verdad, cuando vienen extranjeros a mi ciudad también exagero el acento todo lo que puedo. Sólo quiero sentir por un momento esa superioridad que supongo que inspirará el saber que estás en tu territorio, y que los receptores de tus palabras son forasteros que vienen a invadir. Recientemente me he dado cuenta de que en todas partes, en cada sitio al que voy, hay un círculo de influencia. Un grupo de personas que están estrechamente conectadas de algún modo con el lugar...
Para esquematizarlo, hablemos de átomos.
Digamos que el núcleo del átomo, donde se encuentran los protones y los neutrones, es el lugar en cuestión. Alrededor del núcleo orbitan varias capas de electrones, cada una más lejana que la anterior, siendo la capa primera ese "círculo de influencia" que antes he mencionado. Cada electrón es una persona. Mientras más lejos esté el electrón del núcleo, más tendencia tendrá a salirse de la órbita, ya que estará menos atraído magnéticamente por los protones del núcleo; no sé si esto es verdad, pero estoy haciendo un esquema y más o menos está quedando legible. Salirse de la órbita implicaría quedarse fuera, no poder dar tu opinión, simplemente ser ignorado. Nadie quiere eso, ¿verdad?
Me he encontrado en miles de ámbitos en mi vida. Lúdicos, didácticos, artísticos. No ha habido un solo ámbito, ni uno solo entre esos miles, en el que no haya habido un círculo de influencia. Y mientras haya un círculo de influencia, habrá más "capas" alrededor, gente que conoce a uno de sus miembros y se lo presenta a sus amigos, y así sucesivamente. De esto me di cuenta hace bien poco, en una clase de teatro. Siempre había sabido que entre los alumnos, algunos habían tenido una relación más cercana con el profesor, y no me importaba en verdad, pero poco a poco me fui percatando de que no era sólo una relación cercana. Eran capaces de tener conversaciones cortas y banales con total fluidez, sin un segundo de pausa incómoda. ¡Tengo amigos a los que conozco desde hace años con los que no puedo hablar dos minutos seguidos sin querer salir corriendo de la incomodidad! Seré yo, digo, seré yo.
El motivo, por lo tanto, de mi devoción completa al verano, debe ser la falta de círculo de influencia. Puedo ser un electrón flotante entre electrones flotantes, en vez de un incómodo electrón flotante entre átomos completos. Me gusta la tranquilidad, me gusta quedarme hasta las tres de la madrugada como un ermitaño, con un libro entre las manos y unas buenas ojeras bajo los párpados. Me gusta tumbarme en la playa como un peso muerto, mirar al cielo, y poder pasar por una aceituna al día siguiente. Me gusta... me gusta... m-me....
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