Me fastidia el tiempo. Me fastidia su existencia y el ser consciente de él. Es agridulce la sensación de haber completado un logro que, recién planteado, parecía tan lejano e inalcanzable. Parecía tan lejano y tan a largo plazo. No es nunca sino cuando llegas al final que te preocupas por el camino. Por supuesto. Por supuesto. Por supuesto.
Me fastidia tener que verme admitiendo que lo que dicen todos esos anuncios sentimentalistas de los que tanto me empeño en reírme no está del todo equivocado. No es mi intención pasarme al lado espeso del sentimentalismo; cualquiera que se moleste en leer alguna de mis parrafadas mentales sabe que estoy en la corriente de los impertinentes sabiondos carismáticos. Pero es verdad, y no me servirá toda la terquedad del mundo para convencer a mi propia mente de lo contrario. No es nunca sino cuando llegas al final que te preocupas por el camino. Ah, ya siento la vena de la mosca cojonera despertando en mí. Pronto hablaré en citas, y tendré la pared empapelada con pósteres en tonos pastel, con frases motivadoras de mister Wonderful escritas en letras bonitas. Qué asco. Hoy en día puedes ser un impertinente sabiondo carismático como yo, e irradiar ondas expansivas de rabia que te hagan querer pegarte un puñetazo a ti mismo cada vez que dices alguna pijada, o bien ser un altavoz con piernas, que recita frases motivadoras y pésames gratuitos mientras sonríe a los otros altavoces con piernas y aspira sus aromas de chorizo con hojitas de laurel.
Pero en fin, si hay que darle la razón a un comercial del otro bando, que sea dada por esta vez, porque me están sucediendo cosas que bien merecerían esta pequeña derrota. El caso es que no soy de olvidarme de las cosas, no. Me olvido de lo que tengo que recordar, pero recordaré aquel papelito que te dije que abrieras seis años después de que yo lo escribiera para ti. Lo que me sorprende es que lo hayas abierto, que me lo hayas dicho y que de repente, sin previo aviso, esos seis años hayan caído sobre mí como un piano de cola. Lo recordaba, claro que sí. Recordaba el papelito. De vez en cuando mi mente se posaba en aquella frase. Me acordaba de lo que había escrito en el papelito. Me daba una sutil esperanza sin sentido, pero que me hacía sentir bien. Y ahora se ha ido. El papelito ha perdido su función, y la esperanza ha sido desmentida. Ahora sólo es un papelito, y eso es demoledor. No entiendo cómo mi yo del pasado ha podido hacerme este daño a propósito.
Aún tengo otras esperanzas, evidentemente, pero el tener una pequeña cápsula completamente pura, por la que todas las experiencias que han dejado marca en tu vida no han pasado, era un pequeño extremo al que agarrarme cuando el resto de agarres se doblaban con putrefacción. Es como si cerraras una pequeña caja en un prado verde y la enterraras, y por allí entonces pasara un terrible y apocalíptico vendaval que dejara el aire sucio y contaminado. Sabes que hay una caja de aire inmaculado bajo la tierra, y que si algún día la polución llega al punto en el que no puedes respirar, siempre podrás desenterrarla y alargar tu vida con respecto a la de los demás, aunque sólo sea unos minutos.
Bueno, yo acabo de respirar la caja. El papelito ya ha sido leído por su destinatario. Ya no tiene sentido. La caja ya no tiene aire. Dentro, ahora sólo hay más aire contaminado. Lo mismo que encontraré en el resto del mundo. Ya no hay esperanza de desenterrarla, porque ya no está. Ya no tiene sentido. Y me fastidia que eso vaya a ser todo.
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